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        Por Ramiro Valdés 
        
      Asturias, paraíso natural, también lo es para micólogos 
        y micófagos. La humedad y benignidad de su clima, la abundancia 
        y riqueza de vegetación junto con otras circunstancias favorables 
        para el desarrollo de los hongos, son causa de la enorme riqueza -por 
        variedad de especies y su abundancia- micológica que poseemos. 
      La parte comestible del hongo, lo que comúnmente conocemos como 
        seta, no es más que el aparato reproductor que brota espontáneamente 
        cuando se dan las condiciones idóneas. No se siembran ni cultivan 
        (salvo las excepciones que luego señalaremos). No tienen gastos 
        de explotación. Las setas son un regalo que nos ofrece la naturaleza 
        gratuitamente, sin exigir a cambio esfuerzo alguno. Es por eso por lo 
        que con toda probabilidad fueron alimento del hombre desde la remota época 
        preagricola, anterior quizás al descubrimiento del fuego. Desde 
        que se tiene memoria los esquimales son grandes consumidores de setas 
        que pueden conservar largo tiempo a bajas temperaturas. Darwin da testimonio 
        en <<viaje de un naturalista alrededor del mundo>> de que 
        en la Tierra de Fuego hay un hongo que recogen las mujeres y los niños 
        en las hayas y que los indígenas comen crudos. Los maorís, 
        sabían que determinados hongos eran venenosos en crudo, pero se 
        podían comer asados. Para ello los envolvían en hojas y 
        los enterraban en brasas. 
      ¿Por qué una riqueza tal, de alto valor gastronómico, 
        que no requiere más esfuerzo que recogerla del campo o del bosque 
        es objeto de tanto rechazo?. 
      La micofobia, al igual que en la vecina Galicia, tiene en Asturias un 
        profundo arraigo. Es cierto que hay setas indigestas, tóxicas o 
        mortalmente venenosas, pero son fácilmente reconocibles a poco 
        que uno se introduzca en su estudio y conocimiento, condiciones también 
        imprescindibles para recolectar e ingerir cualquier especie del reino 
        vegetal (hierbas aromáticas o medicinales, frutos, bayas, hojas 
        o raíces) en el que también se encuentran infinidad de especies 
        peligrosas. Plantas de cultivo tan comun como la patata son venenosas, 
        sin embargo ingerimos solo la parte comestible de la planta que es el 
        tubérculo. ¿Acaso alguien siente el más mínimo 
        reparo cuando adereza sus guisos con perejil?; pues existe mayor similitud 
        entre el perejil y la cicuta que entre un champiñón y una 
        amanita phaloides, la más venenosa de las setas. De las miles de 
        especies conocidas solo unas pocas representan un auténtico peligro 
        de envenenamiento, igual que tampoco son muchas las especies de valor 
        gastronómico apreciable, por lo que reconociendo bien una docena 
        de especies, podemos hacernos micófagos sin peligro. 
      La causa de la micofobia hay que buscarla más en la existencia 
        de hongos alucinógenos asociados a ritos tribales, como los que 
        describen en sus escritos numerosos religiosos durante la conquista de 
        México, o a prácticas de brujería u otros ritos no 
        cristianos perseguidos por la iglesia, tanto aquí como en México, 
        envolviendo a los hongos de un carácter misterioso y maligno, que 
        aún perdura en las denominaciones vulgares. Así, las formas 
        circulares con que crecen muchas setas se llaman <<corros de Brujas>>. 
        En muchos lugares se las conoce como pan de culebra; el cratarellus cornucopiae, 
        seta de gran valor culinario se conoce vulgarmente como <<trompeta 
        de los muertos>>, o <<peu de llobu>> al Lycoperdom perlatum. 
      No se tome lo antedicho como una invitación a salir al campo y 
        echar a la sartén lo primero que pillemos, ni siquiera aunque nos 
        hayamos empollado urgentemente alguno de los excelentes manuales que existen 
        sobre la materia. La micofobia puede privarnos de algún placer 
        gastronómico, pero la imprudencia puede privarnos de la vida, o 
        en el mejor de los casos darnos un serio disgusto. Además de aprender 
        a distinguir las setas por sus características morfológicas, 
        organolépticas y en algunos casos microscópicas, hay que 
        dejarse guiar hasta adquirir la suficiente experiencia por alguien experto, 
        y rechazar cualquier ejemplar del que no tengamos un 100% de seguridad 
        sobre su identificación. Tampoco hay que dar la más mínima 
        credibilidad a las numerosas reglas generalistas como observar si ennegrece 
        una cucharilla de plata, si tienen o dejan de tener anillo, etc. La única 
        regla válida es la identificación de cada individuo y saber 
        si la especie es o no es comestible. Por otra parte hay setas perfectamente 
        comestibles que pueden causarnos serios disgustos si están entrando 
        en fase de putrefacción. Lógicamente deben desecharse como 
        haríamos con un filete olvidado quince días en la nevera.. 
      En caso de duda siempre queda el recurso de las setas cultivadas. Desde 
        muy antiguo, el hombre intenta el cultivo de las setas. Sin embargo estos 
        seres cuyas características reproductoras y nutricionales están 
        a medio camino entre el reino vegetal y animal, se resisten a ser domesticados 
        por el hombre y solo se ha conseguido cultivar contadas especies de forma 
        rentable. La más antigua y de producción más abundante 
        y extendida es el Agaricus Bísporus o Champiñón de 
        París, cuyo cultivo se inició en la capital de Francia hacia 
        el año 1.700. El Pleurotus ostreatus es otra variedad actualmente 
        muy común en los mercados. Menos frecuentes, casi limitadas a la 
        distribución en establecimientos hosteleros es el Lentinus edodes 
        o Shiitake, de origen oriental, o la seta de pie azul o Lepista nuda. 
      La culinaria de las setas ofrece un sin fin de posibilidades, sin más 
        límites que la imaginación. Salteadas, en revueltos y tortillas, 
        con arroces, como guarnición, en patés, con marisco. La 
        caza mayor agradece especialmente el acompañamiento de unas setas 
        y un buen vino tinto, es el mejor compañero. 
       
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